Al terminar uno de mis cursos, en este caso dentro del programa de envejecimiento activo de la Diputación, uno de los participantes, me hizo un regalo, al menos yo, y todos aquellos con quien he compartido este poema de Mario De Andrade, lo han vivido así.
Él me comentó que al encontrarlo le recordó lo que trabajábamos juntos, y reflexionaba sobre la fecha del poema, ya que el autor nació en el siglo XIX, de aquí la importancia de desaprender, de tener en cuenta que no cambiamos tanto en esencia, sino en contenido, que nos llenamos de muchos conceptos y convicciones sociales que nos alejan del momento presente y nos nos permiten saborear la vida, momento a momento, y esa es la clave de una vida que merece la pena.
Si reflexionamos sobre el tiempo y como lo usamos, tendríamos un debate intenso, hace poco me encontré a una persona que hacía poco había perdido a un ser querido, lo encontré triste, apagado, viviendo el duelo, pero me planteé la inversión errónea que hacemos con nuestros seres queridos. Por supuesto, que debemos dedicar tiempo a la tristeza, es saludable vivir el duelo como un proceso vital lógico, pero hay duelos muy complejos, difíciles de superar, estos suelen ser aquellos en los que no se fue coherente en vida con la importancia que tenía para nosotros el ser querido, la vorágine y el ritmo actual de la vida nos aleja de lo que de verdad nos importa y dejamos para luego invertir tiempo en ellos, cuando creemos que lo tenemos, si llega el momento de darnos cuenta que será poco el que queda por vivir, lo invertimos en sufrir por cuando no tengamos tiempo, sin embargo cuando ya no hay tiempo, cuando nuestro ser querido ya no está, si que paramos la vida para invertir horas en sufrir, incluso juzgarnos duramente por lo que no hicimos mientras pudimos, cuando cronificamos esto, solo volvemos a repetir el mismo error, robandonos tiempo para estar con quien ahora sí está.
Mi alma tiene prisa
“Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora…
Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido. Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados. No tolero a manipuladores y oportunistas.
Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros. Las personas que no discuten contenidos, apenas los títulos.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos. Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…
Sin muchos dulces en el paquete… Quiero vivir al lado de gente humana…muy humana.
Que sepa reír, de sus errores. Que no se envanezca, con sus triunfos. Que no se considere electa, antes de hora.
Que no huya, de sus responsabilidades. Que defienda, la dignidad humana. Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas…
Gente a quienes los golpes duros de la vida, le enseñaron a crecer con toques suaves en el alma.
Sí…tengo prisa -por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.
Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan… Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.
Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
Tenemos dos vidas y, la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una”
(Poema Golosinas) Mario de Andrade – Brasil 1893-1945